domingo, 29 de mayo de 2011

SAN QUINTIN. LOS TERCIOS VIEJOS DE FLANDES.

La batalla  empezó a gestarse en 1556, tomando lugar un año más tarde. Una batalla entre el vasto Imperio Español y la pujante Francia, consecuencia en cierto modo de las intrigas políticas de la época.
Francia, España e Inglaterra han estado siempre en conflictos, los unos con los otros, los otros con los unos, alianzas de dos contra uno, luego los otrora enemigos pasando a aliados y así sucesivamente. No obstante, no fue hasta la llegada de los Borbones a la corona hispana cuando realmente España y Francia empezaron a aliarse contra la archienemiga Gran Bretaña. Una alianza que trajo más penas que gloria para los españoles, pero esta es otra historia.
La batalla de San Quintín no se entiende sin el contexto histórico de la época. En 1556 Carlos I de España y V de Alemania abdica en favor de su hijo Felipe II. El legado de aquél fue no sólo la península ibérica, sino la Europa controlada por el emperador Carlos, que comprendía los Estados de Borgoña por herencia de su abuela paterna, María de Borgoña, que a su vez incluían: el Franco Condado y los derecho sobre el ducado de Borgoña, Flandes, el Artois, Brabante, Holanda y Luxemburgo. De su abuelo paterno, Maximiliano I de Austria, también obtuvo Austria, Carintia, Carniola, Estiria, Tirol y Sundgau.

Por parte de sus abuelos maternos (los Reyes Católicos), obtuvo el dominio de toda España a la muerte de su abuelo, Fernando el Católico, en 1516. Por fin se reunificó lo que en el 711 fue dividido por la invasión de los muslimes. Bajo una corona ahora estaban los antiguos reinos de Castilla, Aragón, Valencia, los Condados Catalanes, Navarra y Granada, más las posesiones aragonesas en el Mediterráneo, que eran Cerdeña, Sicilia y Nápoles, más las plazas castellanas en África, como las islas Canarias, Melilla, Orán, Trípoli, Bugía más, por supuesto, el Nuevo Mundo (Ceuta no pasaría a manos españolas hasta la reunificación de la corona de Portugal, ya con Felipe II).

Ante tamaño Imperio, Francia se veía amenazada por todos los flancos y, sabiendo ese aire de superioridad francesa, sobre todo para con los españoles, esto era una afrente difícil de soportar.
Conociendo así el mapa de Europa, Francia y España llevaban casi un siglo de conflicto por las posesiones italianas. Fue en 1556 cuando el Rey francés Enrique II pactó con el papa Paulo IV, antiespañol, con el objetivo de liberar Nápoles del dominio español e integrarlo a los Estados Papales. Facilitó así la entrada de las tropas francesas rechazando el duque de Alba, al mando de las tropas hispanas, a los invasores, procediendo a aislar al Papa y ganándose un sitio en el infierno o, al menos, eso fue lo que intentó el Papa Paulo IV al excomulgarle. No obstante, curiosamente el desenlace del conflicto sería en territorio galo.
Una vez que Felipe II logró reunir un ejército respetable (los problemas económicos fueron un obstáculo duro a superar), comenzó la invasión a Francia desde Flandes. Más de 40 mil soldados, entre españoles, flamencos, borgoñones y los mercenarios alemanes, se adentraron en suelo francés, en julio de 1557 bajo el mando de Manuel Filiberto, duque de Saboya que, a la sazón, contaba tan solo con 29 años.

Tras realizar diversas maniobras de diversión, haciendo creer a los franceses que se intentaría una invasión de la Champaña, hacia donde se dirigió el ejército imperial fue a San Quintín, localidad de la Picardía francesa situada a orillas del río Somme. Los españoles contaban con superioridad numérica, pero la ciudad contaba con muy buenas defensas y, sobre todo, el ánimo de los defensores a resistir hasta la última gota de sangre. Batallas incluso más desproporcionadas en número, como la de Blas de Lezo en Cartagena de Indias, esta vez conteniendo el ataque inglés, se resolvieron a favor de los sitiados al estar bien dirigidos, contar con una estrategia clara y estar dispuesto a luchar hasta el último aliento.
Pero a estas premisas que ya presumían un sitio duro, se le añadió el hecho de que los franceses pronto acudieron al apoyo de sus compatriotas. El Condestable Montmorency reunió a 26 mil hombres bien pertrechados, y confiaba que uniéndose a los sitiados, obtendría un muy fácil victoria, a lo que se sumaba la poca consideración que tenía sobre la capacidad militar del duque de Saboya.

Al conocer el resultado de San Quintín, Felipe II decidió construir, en homenaje, el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Acto seguido fue en persona a visitar al duque de Saboya (Felipe II se encontraba en Flandes antes de iniciar el ataque) y, probablemente en lo que ha sido un error, decidió no atacar París, en contra de la opinión de Manuel Filiberto, hasta no tomar completamente San Quintín, que cayó definitivamente el 27 de agosto de 1557. En 1558 las tropas españolas volvieron a vencer a las francesas en la batalla de Gravelinas, forzando a Francia a firmar la Paz de Cateau-Cambresis un año más tarde.

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